Nos recibe en Saas Fee, un pueblo alpino encajado entre cumbres de 4.000 metros, donde el aire huele a pino y el silencio solo lo rompen los esquíes al rozar la nieve. Andrea Megias, madrileña de nacimiento y alpina por vocación, abre la puerta de su cabaña con una sonrisa y un café caliente. Lleva un gorro de lana, las mejillas rojas por el frío matutino y unas botas de esquí apoyadas en la entrada. “Bienvenidos a mi oficina”, dice señalando los Alpes tras la ventana.
Empecemos por el principio. ¿Cómo una chica de Madrid termina viviendo en los Alpes suizos?
-Sonríe-. La montaña siempre fue mi refugio. De pequeña, mis padres me llevaban a Sierra Nevada. Luego, en la universidad, empecé a viajar a los Pirineos. Pero fue en los Alpes donde entendí que esto no era un hobby, sino una forma de vida. Saas Fee me eligió a mí: aquí trabajo como guía de esquí y organizo expediciones.
¿Qué tiene este valle que no tengan otros?
-Mira alrededor-. Señala el Dom, el cuarto pico más alto de Suiza. Levantarse cada día rodeada de gigantes de hielo te hace sentir pequeño y poderoso al mismo tiempo. Es un recordatorio constante de que la naturaleza manda… y de que somos invitados en su casa.
Amaneceres, velocidad y silencio: La terapia alpina
Has mencionado que los amaneceres son tu momento favorito. ¿Qué tienen de especial aquí?
Imagina esto: subes a las 5 AM con los esquís al hombro, linterna frontal, el termo de café humeando. Llegas a la cumbre y apagas la luz. De repente, el cielo empieza a teñirse de naranja, los picos se iluminan como velas… y durante 10 minutos, el mundo entero es tuyo. Es adictivo.
Dices que el esquí es un “deporte de tarados”. ¿Por qué?
-Ríe con ganas-. ¡Porque lo es! Nos levantamos a horas inhumanas, cargamos equipo de 15 kilos, sudamos escalando laderas heladas… para luego lanzarnos cuesta abajo buscando la curva perfecta. Pero ahí está la magia: en ese segundo en que el miedo y la euforia se equilibran. Es pura química cerebral.
¿Y cómo se traduce eso en sensaciones?
Cuando esquías a 60 km/h sobre nieve virgen, con el viento silbando en los oídos, el cuerpo ya no piensa en facturas, ni en correos electrónicos. Solo existe el presente. Es meditación en movimiento.
Deporte extremo vs. Vida cotidiana: El equilibrio imposible
¿Cómo compaginas un trabajo de alto riesgo con la rutina?
La clave está en la disciplina. Entreno fuerza y resistencia 5 días a la semana, sigo una dieta estricta en invierno, y duermo con un oxímetro para controlar mi saturación en altura. Pero lo más importante es el “mindfulness alpino”: aprender a leer la nieve, las nubes, los vientos.
¿Has tenido momentos de miedo real?
El invierno pasado, una avalancha sepultó la ruta que había hecho dos horas antes. Me temblaban las manos al ver las fotos. Pero esto no es temeridad: usamos dispositivos ARVA, palas, sondas… y sobre todo, sentido común. El respeto es nuestro mejor seguro.
Saas Fee: Compañerismo, soledad y el mito del paraíso
¿Cómo es vivir todo el año en un pueblo de 1.500 habitantes?
Es una paradoja. Por un lado, las compañeras y compañeros son como una familia: todos nos cuidamos. Si alguien no aparece a desayunar, vamos a buscarlo. Por otro, la soledad aquí es física: hay días que la nieve te aísla del mundo y solo tienes tus pensamientos.
¿Echas de menos algo de España?
El jamón ibérico. -Ríe-. Y el bullicio de las terrazas. Pero aquí he encontrado algo que en Madrid nunca tuve: tiempo. Tiempo para leer, para escribir en mi diario, para mirar las estrellas…
El legado de las montañas: Mensaje para las próximas generaciones
¿Qué dirías a quienes ven el esquí extremo como un deporte inaccesible?
Que empiecen con lo básico: una caminata por Guadarrama, un curso de orientación. Las montañas no son un trofeo, son un maestro. Y como todos los buenos maestros, exigen humildad y paciencia.
Para terminar: Si las montañas hablaran, ¿qué crees que dirían de ti?
-Sonríe-. Que soy una alumna obstinada… pero que nunca dejo de escuchar.
Articulo publicado en “Espacio Deporte Magazine” – 12, que puedes descargar aquí